[El hilo]
El hilo se
enhebra
en el estricto
hueco de la aguja
y trae memoria
del huso, de la rueca,
de la paciente
disciplina de que hablaba
el libro de
los proverbios,
del largo
tránsito por el algodón,
por su
torcedura
desde que
alguien lo miró crecer en su semilla
imaginando el
blando copo de riqueza
hasta que es
parte diminuta
e imprescindible
de la bobina,
la máquina, el pedal.
También del
pie o los dedos que lo mueven,
lo liberan
de su propia
trabazón, su coyuntura
si es hilo
solo, apenas desprendido
de la costura
tortuosa y necesaria.
El hilo
arrastra en sí
una puntada
secular e inconmovible
que nos anda
trabando, remendando
al comienzo
del frío, del pudor,
del forzoso
reconocimiento de la tribu
en la lana, en
el cuero,
en la piel,
en la enorme
cicatriz de los cuerpos desnudos
y amparados.
(de La sola materia)
[La mirada insolente]
Para Ana Orantes, a quien su exmarido prendió
fuego un 17 de diciembre de 1997.
La mirada insolente
es una forma
aguda como un clavo en la tierra,
contiene una
porción horrible de sí misma
y apenas
imagina
la depauperada
humillación de estar
como si no,
del cuerpo que
se arruga
y se encoge en
su nudo primerizo
volviéndose
ceniza, haciéndose invisible
materia
degradada por el odio,
la paja que se
prende con blandura.
La mirada
insolente
acompaña a la
mano, a la pierna insolentes
para apresar
el cuerpo con el garfio del miedo
porque ella
está tan sola y ya vencida,
herida de la
queja y azotada
con el tizón
de espanto que lleva el que es su ángel
del mal o de
la ira.
La violencia
insolente
hace temblar
los márgenes del cuerpo
y en su lenta
combustión como de encina
la tinta de
las venas escribe ese calvario
cuando era
profanado el templo de la carne
y en el aire
se anotan garabatos, grafitis
con la voz
enfangada y sucia de ese grito
que calcina
los labios, las cuerdas de la boca,
“porque yo no sabía
hablar
porque yo era
analfabeta
porque yo era
un bulto
porque yo no
valía un duro”.
Oh cuerpo de
papel para la hoguera.
(de El ángel de la ira)
[Tijeras que no]
Tijeras que
soñaron con ser llaves
acercan su
metal hasta la llama
y lloran
aleación incandescente,
el filo en que
florecen las heridas
sobre el
silbido agudo del acero.
En su silueta
par, en su desdoble
de dedos que
saltaron por el aro
como animales
tristes y obedientes,
las tijeras se
niegan al destino
de amputar la
memoria de la lana
y el cordón
que nos ata a los relámpagos.
Ellas cortaron
días y raíces,
el estupor
carnoso en las cerezas
con su gota de
luz para encender
la boca de los
pájaros, el hilo
que sostiene
prendidas las palabras
dignidad,
avellana, compañero
y el vientre
del pescado en que se oxida
la llave de
los vientos y el fulgor.
Tijeras que
cortaron los mechones
de pelo de los
niños en la inclusa
y el fino
filamento del wolframio
que amparaba
la noche de zozobra.
Tijeras que no
quieren ser tijeras
y acercan
hasta el fuego su pesar
para romperse
ardiendo contra el yunque
y al disolver
su nombre en los rescoldos,
abrir el
corazón y sus ventanas.
(de
Fiebre y compasión de los metales)
[En el aire, la piedra]
En
el aire, la piedra ya no duele.
Cuando
rueda, recorre con violencia
la
edad que se camina hasta ser bronce
y
transforma en herida cada lasca.
Limadura,
fracción con que el lenguaje
despedaza
la piedra en sus dos sílabas
como
vocablo hendido y estilete
que
afila la humildad de la derrota
para
ofrecer la dádiva del miedo,
la
floración solar del sacrificio.
Piedra
cuchillo, caracola de aire
que
encierra los sonidos de la tribu
en
el tambor solemne de la guerra,
en
la angustia y pezuña de animal,
en
la desesperada turbación
con
la que Gaza sangra por sus cifras.
Sin
embargo, la piedra se resiste.
No
está dispuesta a ser domesticada.
Hay
en su corazón un alto pájaro.
Hay
en ella arrecifes, elefantes,
caminos
y escaleras, soliloquios,
las
circunvoluciones, el destino,
el
álgebra, la luz de las estrellas,
el
abrazo de Abel y de Caín.
Hay
en su corazón un alto pájaro.
Cuando
vuela en el aire, ya no duele.
(de
Fiebre y compasión de los metales)
MARÍA ÁNGELES PÉREZ
LÓPEZ
Valladolid
(España), 1967. Poeta y profesora titular de Literatura Hispanoamericana en la
Universidad de Salamanca. Ha publicado
los libros Tratado sobre la geografía del desastre (1997), La
sola materia (Premio Tardor, 1998), Carnalidad
del frío (Premio de Poesía Ciudad de Badajoz, 2000), La ausente
(2004), Atavío y puñal (2012) y Fiebre y compasión de
los metales (2016). También
ha publicado las plaquettes El ángel de
la ira (1999) y Pasión vertical (2007).
Diversas antologías suyas han sido editadas en Caracas, Ciudad de México, Quito,
Nueva York, Monterrey y Bogotá. Está en prensa una antología de su obra en La
Habana.
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