Mito para una columna de sal
“Pero una estatua de sal
no es una Musa inoportuna”.
Carlos Martínez Rivas.
XXXXXX A: Carol Bendaña Mendoza.
Aferrada a la ausencia milenaria…
Cristalizado gesto carcomido por el sol.
Silente figura oxidada por el instante,
atada a la muerte estrepitosa de las ciudades
que giraban en círculos confusos, de fuego y rayería
sobre la férrea voluntad de los dos ángeles
que en relampagueantes zigzagueos
bajaban de las nubes rojiazules electrizadas,
flashando en truenos
que la celeste voluntad dejo caer aquella vez.
Aniquilando la festiva iniquidad,
sobre el rocalloso litoral de aquel oleajecido
mar lacustre, residual azufrado y salobre,
hoy muerto, enterrado por las alturas
sin que la vida marina anide en sus profundidades,
asentada en la ceniza de la perenne sentencia.
Bajo el insurrecto deseo, Sodoma estaba condenada
al abismo inexpugnable de un rostro borrado de los mapas.
Gomorra tambaleante y beodamente febril,
el determinado designio del rector del universo
cayendo hasta el derrumbe y el carbonizado momento.
¿Fue el aceite hirviendo, acaso, que el pueblo elegido
dejo caer desde las colinas circundantes ahogando tus muros,
tus avenidas y palacios, tus calles y viviendas,
donde la lujuria blandía su escudo a carcajadas,
y que el petróleo ardiente borró para siempre
aniquilando lo que juzgaba blasfemo?
¿Pero que hacía un justo hombre de fe, piadoso,
en medio de tanta iniquidad?
¿Con que razón residía en las ciudades del pecado
exponiendo a su familia, precipitando a sus hijas
a la contemplación del horror, el descalabro?
¿Qué culpa hay que redimir y sacar a la carrera,
o fue un plan de las alturas para restregar tu ejemplo?
El borde de tu pupila sorprendida Mujer
que presurosa escuchabas la nueva del secreto
que recorría extendiéndose en lo intimo
de la familia del senil y manso Lot,
que ya desatendía aposentos nupciales
y tu maduro perfume
donde tus hijas perdían poco a poco su inocente afán.
Entonces… temblorosa aquejada y llorosa,
impactada por la sentencia inapelable de las alturas
queriendo tornar los ojos, empujada por los custodios,
que trataban de tapar la vergüenza del piadoso anciano
avergonzado delante de los dos enviados,
que mostraban la senda de salvación
a la humillada y esclavizada belleza vespertina
usurpada por un rey.
Cuando el temblor, el retumbo y el fuego
chispeaba por los aires encendidos,
calcinando y ahogando los gritos de horror y de sorpresa,
Detuviste el paso, doblaste el gesto sin avanzar,
girando en tu cuerpo casi inmóvil,
retorciéndote en tu columna vertebral,
que el degradado amor te invitaba, no queriendo abandonar,
por que en tu sangre corría la heredada curiosidad de Eva.
Y volviste sollozante, quedando erizada y quieta
silente, socavada y sideral
!Sola!...
Minada por la sal en tus entrañas,
carcomida por el celo patriarcal,
trocada en un pedazo mineral de cloruro de sodio
donde quedo cenizado tu corazón hecho acetato,
por debajo de tu manto cristalizado y rígida tu marcha,
sin mandatos te ausentabas, penetrada por el pecado.
Amarrada
Encallada
Sexolada
Abandonada.
Añorando la apagada llamada del hombre,
asomando tus petrificados contornos evaporados,
vuelta a la nada, convertida por la duda,
blanqueada por las alturas divinas,
destejida por el tiempo, detenida por el mito,
acallando el eco del grito
en el abismo de las ciudades que cautivaron tu deseo,
borrada tu melancolía,
vencida por la muerte y los castigos,
perennizada por la rebeldía del amor que hacían tu historia.
¡Permaneces!
Silvio Ambrogi Román.
Florida Diciembre 2011.
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