I
¡Es excesivo!
¿A qué te refieres?
Este dolor parece rasgar las entrañas.
Toma la medicina y duerme.
Dormiría, sí; si pudiera
cerraría los ojos y volvería a abrirlos, solo,
cuando el mundo fuera distinto.
¡No digas tonterías! ¡La gente es lo que es,
y se acabó!
Sombras.
Voy por la ciudad observando las sombras.
El sol diseñó para el abeto una bastante conseguida,
parece una peluca de payaso.
Caminé por el centro observando los caseríos, vi
memorias
proyectando en la calle los edificios vecinos
Que se yerguen felices y ahumados
Si las sombras
Pasan desapercibidas para los demás ¿por qué se apoderan de mis ojos?
Siento escalofríos. Pienso que puede ser alguien
que se marchó del todo
¿Pero cómo puede suceder?
Te aseguro que es posible.
Pero…
Pero nada, pero todo. Nos
disolvemos y, disueltos, permanecemos aquí; es una desgracia manifiesta, sin
embargo, es la condena merecida. Necesitamos aceptar la sombra antes que ella
reniegue de nosotros.
Agito los cabellos. Los enredos y las sombras, en
este momento, son el centro de mi vida. Las sombras no pueden pintarse, pero
los cabellos sí, por eso yo los coloreo siempre, como si ese gesto simple y
estúpido pudiera cambiar el color de la mente (espesa y cenicienta como las
sombras).
II
Se necesita audacia para distinguir la sombra. Ella lo sabe, y se aproxima
encubierta como un cocodrilo grande.
Deja esa historia de la sombra, me cansé de escuchar.
¡Todo marcha bien, pero las sombras están vivas!
Están ahí, sí que están.
Ok, entiendo, voy a preguntar a mi sombra si desea
ir a Camburi, seguramente lo rechazará.
Miro a ese ente que distingue sólo la densidad y
susurro: ¡usted es una sombra!
III
El sol rasgó el cielo esta mañana, ¡precioso!
Ya no confío en oberturas y me muevo, ahora, con el
ritmo del acaso: samba del caos.
Pienso plantar leguminosas que broten y se eleven
más allá de las nubes, donde existe un castillo lleno de riquezas, y un gigante
bobo. Luego viene a mi mente la imagen de la sombra proyectada del gigante.
Imagino que ella cubriría parte de la tierra (siento una animosa excitación),
tal vez esa sombra completa cubra la Isla. Diré al gigante donde vivo y él se
inclinará desde la nube para ver la Isla de Vitória: el pueblo capixaba no va a
entender el fenómeno.
El cielo matutino ya fue hilvanado, ahora es tarde,
la hora de desplegarme como una pajarita de papel, de dejar las lecturas
fantásticas y despedirme de Goya: ¡Saturno venció! Lo ve usted, estimado
pintor, no adelantó nada al pintar sombras sobre el muro, la fantasía siempre vence,
la pantalla aprisiona las imágenes salvajes alimentándolas con blancos y ocres.
Voy a cuidar el muro de mi casa, en verdad ese muro está hecho de rejas, la
sombra puede pasar, pero, nunca se proyectará entera. Voy a cocinar fríjoles.
IV
Te necesito,
Quiero tener tu mano sobre la mía,
Te necesito a ti.
Las letrillas infantiles rondan mi corazón,
Los oídos están encharcados de melodías
nostálgicas.
Un terrón de azúcar se derrite en mi boca,
La garganta sólo conoce la amargura.
Te necesito a ti sin necesitarte.
Escogí desearte por miedo a la soledad.
Miro las manos agitadas por el tiempo,
Los dedos ensayan actos sólidos de vacío.
Tus manos proyectan bellas sombras
Imagino el espectáculo de imágenes que se formaría
si ellas supieran bailar, si no fueran tan
inflexibles. Sí, no son sólo los pies los que bailan, las manos son danzarinas
natas. Las tuyas están endurecidas
porque estás sordo para las tonadas de niño.
Cuánto lo siento. Perdiste las carnes y la sangre,
te hiciste de mármol Carrara.
Me lamento, pero, aun así, te admiro.
V
Abrí el último cajón del armario y hallé un pañuelo rocanrol comprado en un
mercadillo del Chiado. Lisboa es considerada una ciudad luminosa. Las piedras
son tan blancas que semejan templos. Parece que los lisboetas viven en un
eterno ejercicio de adoración al sol y de exorcismo de las sombras.
Siempre fui mujer de las sombras, enamorada de la
luz. Los bordes de los cristales, velas, inciensos, oraciones repetitivas,
cartas quemadas como ofrenda a los señores del Karma, el espejito de la pared
violeta. Eso por una parte, por la otra, el tercio de rosario, la biblia, los
cánticos: ¡una caricia!
Mi pañuelo de calaveritas es lindo: imita la seda,
es de un rosa de mediados del siglo XIX, tiene algo de aristocrático y
decadente. ¡El pañuelo es lindo y es mío! Recuerdo que paseé con él por España
y Marruecos, nadie lo vio, creo, pero paseé llevando los cabellos pintados, el
pañuelito rocanrol de mitad del siglo XIX y la mente cenicienta y fecunda.
Cajón cerrado.
VI
La sombra de los poderosos es la tribulación del gran vacío. No el vacío
preñado de posibilidades, sino el hueco definitivamente vacío, el agujero
vacío, boca que nunca se sacia. Sí, el poder es el hambre insaciable de todo.
Entre cuatro paredes, para los poderosos, la mujer forma parte del banquete,
postre, fruición de los sentidos, botín. Fuera de la intimidad ellos rechazan a
la mujer: el hambre es la misma. Pulsión, impulso, pulsión… todo explicado,
menos el agujero insondable que arrastra a los poderosos que nos arrastran
hacia el agujero.
VII
Busca el rayo de luz,
busca el melocotón maduro.
Anda y canta por el camino,
los pájaros te acompañarán.
VIII
Soy una mujer barroca, pictórica y trágica. Por eso compré una matriosca.
Siempre quise tener una de esas muñecas rusas. Mi matriosca es un tanto difícil
de abrir, “río al bies”, quizá por eso ella se parece tanto a mí. Agarro
delicadamente la muñequita (eternamente grávida de sí misma) y la doblego con
un movimiento mínimo. He ahí que ella reaparece, menor, pero igual (hijita de
hijita): hueca, hecha habitáculo y refugio… Nueva torsión delicada y, diantre,
qué maravilla, otra, después otra, después otra, hasta que llego a una versión
menudita y maciza, que no se abre más (la sonrisa ahora es muda y compacta como
la muñeca). Siento como si llegara al fondo de mí misma. La razón está
inmovilizada, percibo algo profundamente extraño, indefinible (compasión, tal
vez), no sé, es como si esa matriosca fuera yo, o como si yo fuera esa muñeca
rusa; más aún: una capa hueca gestando otras capas en un sinfín continuo.
IX
Hay un caserío antiguo en el centro de la ciudad. Siempre que paso por allí
saludo a la moza de la ventana. Nunca la conocí personalmente, pero debe andar
por los dieciséis años. Llevo más de veinte años pasando por delante de la
casa, y la muchacha continúa en los dieciséis. A veces luce un collar de
perlas. Imagino que la vida resulta tranquila para esa amiga misteriosa, pero
temo que se vaya cuando el tiempo derrumbe el caserío. La imagen de esa
desconocida me persigue, es como si ella quisiera decirme algo, pero ¿qué?
¿Será que sólo la veo yo? Es una sombra serena; trasluce inocencia y soledad.
Debe de estar cansada de bordar y tocar el piano.
La sombra que se proyecta por detrás de la ventana tiene algo que decir, ahora
estoy convencida. El caserío es tan antiguo como nosotros.
X
Jorge Luis Borges regaló una matriosca a una novia mucho más joven que él; y se
la dio a escondidas de su madre: para evitar envidias innecesarias entre las
mujeres.
La joven (“de manera inocente”) olvidó la muñeca
sobre la cómoda de la suegra: ¡hecho incómodo!
La señora adoró la gentileza, siempre admiró al
hijo.
¡La «llegada de la felicidad» es un misterio!
La felicidad es el rayo de luz que atraviesa la
sombra viva y pensadora, es el momento delicado de la torsión, de la apertura y
de la exposición. Sonrío levemente porque solo el corazón es capaz de producir
sonrisas prolongadas. Cuando quedan solos el hombre y su alma, el corazón
sonríe y todas las discordancias del mundo cobran sentido.
Borges nunca conoció la oscuridad. La matriosca,
misteriosamente, milagrosamente, se duplicaba siempre que el escritor la
desenroscaba con un esbozo de sonrisa en el rostro y una sonrisa amplia en el
corazón. Así fue como las mujeres de Borges llegaron a ser felices y formaron
una hermandad idónea para levantar laberintos y echarlos por tierra. Borges
nunca desveló el secreto de la muñeca rusa, pero, recibió deleite de aquello
que debiera aterrarlo.
Se necesita coraje para vislumbrar la sombra. Ella
sabe, se aproxima soterrada como un cocodrilo grande. Yo no temo a los animales
de sangre fría, aunque corra lava por mis venas. No temo el día ni la noche.
Estoy en el centro del mundo, hueca y maciza como la muñeca rusa, compartiendo
amor y palabras.
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