La obra
poética Luna Mojada (2015), edición bolingüe del escritor nicaragüense
Francisco de Asís Fernández, desafía el lector para que se aventure. El libro,
con treinta y ocho poemas, le da forma a una especie de
Cosmogonía poética donde los valores femeninos, masculinos e instintos básicos
se mezclan creando nuevos mundos. Inicio mi mirada a esa obra por la pintura en
acrílico sobre tela del artista plástico colombiano Mario Londoño (1954),
escogida como portada. En esa obra pictórica observamos una mujer acostada
sobre un caballo. El cuero desnudo de la hembra se une al del imponente animal,
de modo que no podemos diferenciar los hilos de su pelo de la cola del equino.
No hay movimiento entre los elementos de la obra, apenas el silencio ruidoso
del eco de las voces que necesitan ser escuchadas. La luna, suspendida, asiste
al espectáculo de unión entre seres distintos y afines. Considérese al aviso al
lector, entraremos en un mundo de sueños inédito, en él que nada es lo que
parece ser, pero que, al mismo tiempo lo es a priori. Mundo arquetipo,
nocturno, erótico, dual, preñado de ansiedades, abismos y alboradas. La luna,
guardadora de los misterios femeninos de la creación, símbolo de la Gran Madre
primordial, está húmeda, lista para el gozo y la procreación. Esa obra nos
arremete a un lugar intersticial en el que coexisten el bien y el mal. En el
poema de Rubén Darío “Coloquio de los Centauros”, el centauro Ástilo revela la
profundidad del misterio poético. Él dice: “El enigma es el soplo que hace
cantar la lira”. Así, como informó Ástilo, la enunciación del yo poético en
Luna Mojada indica que ese no es un libro de revelaciones, antes, de misterios.
Indica que hay un camino que sólo el lector puede recorrer en la intimidad de
la lectura, senda iniciática que le permitirá vislumbrar nuevos sentidos y
realidades, pues, sondear el verso es ser sondeado por él, es romper con todo,
no tener la verdad como horizonte y tampoco el futuro como morada. Es así como
el crítico Maurice Blanchot define el poema: “la realización total de la
irrealidad (1)”. Deparémonos con el yo lírico expresando la llegada de un
tiempo de alegría y gozo posible, apenas, a través del amor. El poema “¿Cómo
era las auroras al principio del mundo?” despierta recuerdos de un pasado común
y lleno de novedades: “cuando descubrimos el fuego/ y pintamos las cuevas de
Altamira”. “Retrato del poeta”, poema que le sigue, indica el surgimiento del
principio de la desarmonía, explicitando la existencia de una fisura: “una
gotera infame en el techo de mi cabeza”. Pensamientos inundados, ya no hay como
resguardar las “memorias, imágenes,/ manías, amores y rencores antiguos,/ que sostenían
muchas paredes de papel y de sombras”. Hay también el despertar de una nueva
fuerza destructiva y abisal en el cierne de la obra: “En mi cuerpo parece
haberse liberado un animal”. Destaco aquí la soledad esencial que emana de la
obra literaria. Como afirmó Blanchot (2010), el libro no es la obra, antes, un
objeto hecho de palabras estériles. La obra comprende un evento en el cual las
palabras se materializan en la intimidad de quien escribe y de quien lee. Así,
la palabra tiene su inicio en la inquietud del yo poético. Los sueños fueron
derrotados y el escenario es alucinante: “exquisita gota de locura”, los ojos
de la mujer hacen recordar la aurora inaugural, “ojos más intensos que las
noches del Lower East Side/ y las cataratas del Niágara”. En la duda entre el
sueño y la realidad existe apenas una certeza: los ojos de esa mujer “Con
tantos sueños derrotados”.
Es en el
sueño que el yo poético puede recobrar la antigua unidad. Transportado por el
“Ángel de la noche” a lugares espectaculares, vislumbra un “nuevo mundo” donde
los seres de las aguas y del aire se juntaban. Ese lugar sin lágrimas y sin
dolores no admite el corazón humano, sin embargo, en el poema subsiguiente,
titulado “Hay un lugar en el mundo”, vemos la emergencia del nuevo equilibrio
entre humanos y no humanos: la intimidad entre el yo poético y los animales
revela “la más íntima amistad”, un vínculo de confianza. El yo, solitario,
conversa con los pájaros, así se siente que apura sus sentidos y se hacen “más
peligrosos que un tigre de Bengala”, por lo tanto, listos para “arrancar la
virtud de la vida”.
Hay hambre y sed, necesidades primarias
humanas que lanzan el yo en la senda del autoconocimiento, búsqueda que lleva a
la epifanía. El yo poético se depara con la belleza de la vida marina y se
agita con “el temblor de las estrellas”. Es en el sueño que el deseo de la
unidad con el todo se realiza. El poema “Luna Mojada” ratifica el campo onírico
como lugar de viabilidad de lo imposible, vivencia arquetípica, primordial,
cuna que acoge y trasmuta el muerto, así como la semilla que dormita,
preservándole el alma que, en determinado momento, “aflora y parte”. Cumplida
esa etapa, el neófito está listo para seguir adelante. Las palabras se
extinguieron, la muerte y la vida se extinguieron, resta el despertar y el
descubrimiento, “este milagro”
El ermitaño
solitario encuentra el equilibrio dinámico de la vida: “alimentaba su alma con
el Don del silencio”, entretanto, por más que el yo se realice en el paraíso de
la palabra, existe la tentación del encuentro con el otro: con ella, la mujer
que preexiste, resiste, y se hace en inéditos. La hijas de Lót con su belleza y
seducción, y la mujer que “era un cadáver antes de morir” revelan rostros del
feminismo cuya potencia es capaz de corromper al hombre, hacer pedazos las
reglas, desagradar a Dios y dar a luz a nuevos hombres, hijos de un
pafre/abuelo sin máscaras. Es tiempo de preguntas. ¿A quién dirigírsela? A las
estrellas.
El poema
“Tamara lírio” expone los instintos, devela de la hembra devoradora, belleza
que pisa el suelo sagrado sin ceremonias. El ritual erótico prosigue en “Arcana
Fata”. En el centro del paraíso, entre los ríos “Tigris y Éufrates”, el yo
poético prepara como ofrenda un “corazón de carbones ardendo”, enseña a hacerse
nuevamente uno con la amada al ser devorado y por ella asimilado. Mientras
tanto, la consumación antropofágica no fue posible, pues, el yo lírico no supo
huis de sí mismo, fue (¿inocentemente?) engañado por sus sentidos.
El elemento
fuego surge en el poema “Cloto, Láquesis y Àtropos”. En él, las hilanderas de
la vida y de la muerte, señoras del Destino, viajan en un barco en llamas.
Ellas chupan “la sustancia esencial” de un cuerpo, prefieren tener como
víctimas a los vagabundos y los errantes solitarios. Las hermanas se miran en
un pedazo de espejo hecho de mar: juego de imágenes, ilusiones y multiplicidad.
El doble especular presente en ese poema reaparecerá en el “Yo también quise la
dicha”, en el cual el yo lírico se ve remolcado por una sombre y busca liberarse:
“Pero la bala de plata estalló en la cara”. Desfigurado, el yo ve frustrado su
ideal de felicidad. ¿Qué hará el hombre con la belleza que abunda? ¿Qué hará
Dios en su día de descanso? ¿Dónde estará la imagen real, frente a los
escombros del rostro despedazado, de los reflejos y de los fragmentos?
Observamos que el poeta emprende una crítica sobre el sentido de la vida, de la
creación, de la objetividad de la belleza como metáfora del arte y de la
poesía. ¿No sería la duda la quintaesencia de la creación? La Serpiente es la
guardiana de ese paraíso de dudas. Perderse en la soledad ee un atributo del
poeta, pero, hay un faro, una luz: los ojos de la amada. El poema, “El el íris
de tus ojos”, dedicado a la esposa y compañera del poeta, Señora Gloria
Gabuardi, vemos la temeridad del instante, el poema enseña que el paraíso no
desaparece, cambia continuamente, incluso, concentrándose entero en los ojos y
en la palma de, la mano de la mujer. En “Celebración de la Primavera”, las
palabras de amor son direccionadas a la amada: “Con ella conocí la agonía de
los ríos del desierto”. En “Los hijos de Caín” se establece el embate entre la
práctica del bien y la alabanza de los pecados abundante de los “hijos de
Caín”. Caín teme ser muerto por Abel y planea asesinarlo. El yo lírico pasa a
cultivar obsesiones, se siente una serpiente inútil, sin principio y sin final.
El ouroboros, símbolo representado por la serpiente que se devora a sí misma a
partir de la propia cola, indica que el yo penetró en el tiempo de la eternidad,
del sueño, en el lugar donde encuentra una princesa encantada que alerta sobre
la (in)finitud de la vida: “Me fue quedando en todo lo que amé”. En el
instante, el yo lírico quiere devorar “estrellas fugaces”, tiene hambre del
infinito y comprende que “somos un grano de arena en medio de un desierto
azul”, espacios vacíos contemplados por el universo. El yo lírico, “arrancado
del silencio de la noche/ del oscuro cielo nocturno lleno de estrellas/
del caos celestial”, contempló la belleza que lo deseaba, necesitando de su
mirada.
Observamos
que después de la jornada épica de descubrirse a sí mismo a partir del otro, de
la alteridad (mujer, animal y elementos celestiales y terrenales), y también
siendo visto, el yo poético entona un canto laudatorio a la mujer. No es por un
acaso que el poeta dedica los versos a su progenitora, la Señora Rosita
Arellano. “Letanías para nuestra señora, la Virgen de la Rosa” cierra el libro
de poemas, que es un ruego, una oración por la vida: “Rosa azul que representas
milagros y nuevas posibilidades de la vida/ Rosa roja que representas el amor y
la pasión”. Así como las Parcas, señoras del Destino y el ouroboros presentes
en la obra indican que el poema es una antonimia, instaura lo paradojo, pues,
de la misma manera que la vida posee un comienzo y encuentra su final (por la
muerte), simbólicamente la serpiente es aplastada por la mujer que hace que ese
mismo ser renazca como Otro, trayendo dentro de sí todos los que lo
antecedieron: la humanidad entera.
A ALQUIMIA DO SER EM LUNA MOJADA, DE FRANCISCO DE ASÍS FERNÁNDEZ
Por Renata Bomfim
A obra poética Luna Mojada (2015), edição bilíngue do escritor
nicaraguense Francisco de Asís Fernández desafia o leitor para que se aventure.
O livro com trinta e oito poemas da forma a uma espécie de Cosmogonia poética onde
valores femininos, masculinos e instintos básicos se misturam formando novos
mundos. Inicio o olhar para essa obra pela pintura em acrílica sobre tela do artista
plástico colombiano Mario Lodoño (1954), escolhida como capa. Nessa obra
pictórica observamos uma mulher deitada sobre um cavalo. O corpo nu da fêmea se
une ao do imponente animal, de forma que não podemos diferenciar os fios dos seus
cabelos dos da cauda do equino. Não há movimento entre os elementos da obra,
apenas o silêncio ruidoso de ecos de vozes que necessitam ser escutadas. A lua,
suspensa, assiste ao espetáculo de união entre os seres distintos e afins. Considere-se
o leitor avisado, entraremos em um mundo de sonhos inédito, onde nada é o que
parece ser, mas que, ao mesmo tempo é à priori. Mundo arquetípico, noturno, erótico,
dual, prenhe de ansiedades, abismos e alvoradas. A lua, guardadora dos
mistérios femininos da criação, símbolo da Grande Mãe primordial, está úmida,
pronta para o gozo e para a procriação. Essa obra nos arremessa para um lugar
intersticial onde o bem e o mal coexistem. No poema de Rubén Darío “Colóquio de
los Centauros”, o centauro Ástilo revela a profundidade do mistério poético,
ele diz: “El enigma es el soplo que hace cantar
la lira”. Assim, como informou Ástilo, a enunciação do eu poético em Luna Mojada indica que esse não é um
livro de revelações, antes, de mistérios. Indica que há um caminho que apenas o
leitor pode perfazer na intimidade da leitura, senda iniciática que lhe
possibilitará vislumbrar novos sentidos e realidades, pois, sondar o verso é
ser sondado por ele, é romper com tudo, não ter a verdade como horizonte e nem
o futuro por morada. É assim que o crítico Maurice Blanchot define o poema: “a
realização total da irrealidade[1]”. Deparamo-nos com o eu
lírico expressando a chegada de um tempo
de alegria e regozijo possível, apenas, por meio do amor. O poema “¿Cómo
eran las auroras al pricipio del mondo?” desperta lembranças de um passado
comum e cheio de novidades: “cuando descubrimos el fuego/ y pintamos las cuevas
de Altamira”. “Retrato del poeta”, poema que o sucede, indica o surgimento do princípio
da desarmonia, explicitando a existência de uma fissura: “una gotera infame en el techo
de mi cabeza”. Pensamentos inundados, já não há como se resguardar as “memorias,
imagines,/ manías, amores e rencores antiguos,/ que sostenían muchas paredes de
papel e de sombras”. Há também o
despertamento de uma nova força, destrutiva e abissal no cerne da obra: “En mi
cuerpo parece que se solto um animal”. Destaco aqui a solidão essencial que
emana da obra literária. Como afirmou Blanchot (2010), o livro não é a obra,
antes, é um objeto feito de palavras estéreis. A obra compreende um evento no
qual as palavras se concretizam na intimidade de quem escrever e de quem lê. Assim,
a jornada tem início com a inquietação do eu poético. Os sonhos foram
derrotados e o cenário é alucinante: “exquisita gota de locura”, os olhos da
mulher fazem lembrar a aurora inaugural, “ojos más intensos que las noches del
Lower East Side/ y las cataratas del Niágara”. Na dúvida entre o sonho e a
realidade existe apenas uma certeza: os olhos dessa mulher “Com tantos soños
derrotados”.
É durante o sonho que eu poético pode recobrar a antiga unidade. Transportado
pelo “Angel de la noche” para lugares espetaculares, vislumbra um “nuevo mundo”
onde os seres das águas e do ar se juntavam. Esse lugar sem lágrimas e sem
dores não comporta o coração humano, entretanto, no poema subsequente, intitulado
“Hay um lugar em el mundo”, vemos a emergência de novo equilíbrio entre humanos
e não humanos: a intimidade entre eu
poético e os animais revela, “la más intima amistad”, um vínculo de confiança.
O eu, solitário, conversa com os pássaros, assim ele sente que seus sentidos
são apurados e se tornam “más peligrosos que um tigre de Bengala” e, portanto,
prontos para “arrancar la virtude de la vida”.
A busca pela reconciliação entre os opostos e pelo apaziguamento do que
há de feroz no humano, põe em cena a morte que, assim como a vida, habita o
campo do sagrado. É a morte que “arranca los pedazos de memoria” e pressupõe
uma quebra da relação com o mundo ordinário, cotidiano, introduzindo na obra um
jogo textual sobre o qual não se tem controle. O eu poético enxerga os
esquecimentos e as muitas vidas presentes na morte.
Há fome e sede, necessidades primárias humanas que arremessam o eu na
senda do autoconhecimento, busca que leva à epifania. O eu poético se depara com a beleza da vida
marinha e se agita com “el temblor de las estrelas”. É no sonho que o desejo de
unidade com o todo se realiza. O poema “Luna Mojada” ratifica o campo onírico
como lugar de viabilidade do impossível, vivencia arquetípica, primordial,
berço que acolhe e transmuta o morto, assim como a semente que dormita,
preserva-lhe a alma que, em dado momento, “aflora e parte”. Cumprida essa etapa,
o neófito está pronto para seguir em frente. As palavras se extinguiram, a
morte e a vida se extinguiram, resta o despertar e o descobrimento, “este
milagro”.
O ermitão solitário encontrou o equilíbrio dinâmico na vida:
“alimentaba su alma con el Don del silencio”, entretanto, por mais que o eu se
realize no paraíso da palavra, existe a tentação do encontro com o outro: com ela,
a mulher que preexiste, resiste, e se performa em inéditos. As filhas de Lót
com sua beleza e sedução, e a mulher que “era ya um cadáver antes de morir” revelam
faces do feminino cuja potência é capaz de corromper o homem, estilhaçar as
regras, desagradar a Deus e dar a luz a novos homens, filhos de um pai/avô sem
máscaras. É tempo de perguntas, a quem endereça-las? Às estrelas.
O poema “Tamara lírio” expõe os instintos, desvela o poder da fêmea
devoradora, beleza que pisa o solo sagrado sem cerimônias. O ritual erótico
prossegue em “Arcana Fata”. No centro do paraíso, entre os rios “Tigris y el
Éufrates”, o eu poético prepara como oferenda um “corazón em carbones ardendo”,
ele anseia tornar-se novamente um com a amada ao ser devorado e por ela
assimilado. Entretanto, a consumação antropofágica não foi possível, pois, o eu
lírico não soube fugir de si mesmo, ele foi (inocentemente?) enganado pelos
sentidos.
O elemento fogo surge no poema “Cloto, Láquesis y Àtropos”. Nele, as
fiandeiras da vida e da morte, senhoras do Destino, viajam em um barco em
chamas. Elas sugam “la sustância essencial” de um corpo, preferem ter como
vítimas os vagabundos e os errantes solitários. As irmãs se miram em um caco de
espelho feito de mar: jogo de imagens, ilusões e multiplicidade. O duplo especular presente nesse poema reaparecerá
no “Yo también quise la dicha”, no qual o eu lírico se vê atrelado a uma sombra
e busca libertar-se: “Pero la bala de plata estallo en la cara”. Desfigurado, o
eu vê gorado o seu ideal de felicidade. O que fará o homem com a beleza que
sobeja? Que fará Deus no seu dia de descanso? Onde estará a imagem real, frente
aos escombros da face estilhaçada, dos reflexos e dos fragmentos? Observamos
que o poeta empreende uma crítica sobre o sentido da vida, da criação, da
objetividade da beleza como metáfora da arte e da poesia. Não seria a dúvida a quintessência
da criação? A Serpente é a guardiã desse paraíso de duvidas. O perder-se na
solidão é apanágio do poeta, mas, há um farol, uma luz: os olhos da amada. O
poema “En el íris de tus ojos”, dedicado à esposa e companheira do poeta, Sra.
Gloria Gabuardi, vemos a temeridade do instante, esse poema ensina que o
paraíso não desaparece, ele muda continuamente, inclusive, podendo concentra-se
inteiro nos olhos e na palma da mão da mulher. Em “Celebración de la
Primavera”, as palavras de amor são direcionadas à amada: “Con ella conoscí la
agonia de los ríos del desierto”. Em “Los hijos de Caín” instaura-se o embate
entre a prática do bem e a louvação dos pecados abundantes dos “hijos de Caín”.
Cain teme ser morto por Abel e planeja assassiná-lo. O eu lírico passa a cultivar
obsessões, sente-se uma serpentes inútil, sem principio e sem fim. O ouroboros,
símbolo representado pela serpente que devora a si mesma a partir da própria
cauda, indica que o eu penetrou o tempo da eternidade, do sonho, nesse lugar
ele encontra uma princesa encantada que lhe alerta sobre a (in)finitude da
vida: “Me fue quedando em todo lo que amé”. No instante, o eu lírico quer
devorar “estrelas fugaces”, ele tem fome de infinito e compreende que “somos un
grano de arena en medio de un desierto azul”, espaços vazios contemplados pelo
universo. O eu lírico, “arrancado del silencio de la noche/ del oscuro cielo
nocturno lleno de estrelas/ del caos celestial”, contemplou a beleza a
deseja-lo, necessitando de sua mirada.
Observamos que após a jornada épica de descobrir a si mesmo a partir do outro da alteridade (mulher, animal e elementos celestes e terreais), e também sendo visto, o eu poético entoa um canto laudatório à mulher, não é por acaso que o poeta dedica os versos à sua genitora, a Sra. Rosita Arellano. “Letanias para nustra señora la Virgen de la Rosa” encerra o livro de poemas, ele é um rogo, uma oração pela vida: “Rosa azul que representas milagros y nuevas possibilidades de la vida/ Rosa roja que representas el amor y la pasión”. Assim como as Parcas, senhoras do Destino e o ouroboros presentes na obra indicam que, o poema é uma antonímia, ele instaura o paradoxo, pois, da mesma maneira que a vida possui um começo e encontra o seu fim (pela morte), simbolicamente a serpente é pisada pela mulher que faz com que, esse mesmo ser renasça como Outro, trazendo dentro de si todos os que o antecederam: a humanidade inteira.
Renata Bomfim nació el año 1972 en la Isla de Vitória, capital del Estado de Espírito Santo (Brasil).
Es profesora universitaria, maestra y doctora en Literatura Comparada, investiga la literatura Iberoamericana con énfasis en las obras de Florbela Espanca y Rubén Darío. Es miembro del Instituto Histórico y Geográfico de Espírito Santo (IHGES) y Presidenta de la Academia Feminina Espírito-Santense de Letras (AFESL). Autora y promotora desde 2007 de la revista Literaria Letra e fel (www.letraefel.com). Publicó los libros: Mina (2010), Arcano dezenove (2012), Colóquio das árvores (2015) y O Coração da Medusa (2018- no prelo) bilingüe en português y castellano. Activista cultural y ambientalista, es Gestora y propietaria de la Reserva Natural Reluz (www.reluz.com), donde preserva la flora y la fauna de la Mata Atlántica, siendo, también, Directora Técnica de la Asociación Capixaba de Propietarios de Reservas Particulares del Patrimonio Natural (ACPN).
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