Vi
el rostro que intento retratar,
por
vez primera
cuando
el rostro sonreía.
Eran
las once y media o quizás
unos
minutos antes, porque suelo
adelantarme
en las citas.
Apareció
su sonrisa
abriéndose
desperezándose
como
recién levantada
del
sueño más profundo,
dispuesta
a tomar un café de la variedad
conilon
por
supuesto, espiritosantense:
o melhor fruto da Terra.
Sus
ojos, Ah! sus ojos
sus
ojos se informaban de la marcha de los
acontecimientos:
mi
llegada entre otros.
Azules
sin serlo
grises
sin serlo
hubiera
querido unos ojos marrones
pero
así es el rostro y así hay que tomarlo.
Sus
ojos iluminaban el entorno cercano
y,
tal vez, el remoto
pasillos
opuestos de su laberinto,
imposibles
escaleras que remontaban
hacia
abajo y descendían remontando.
Sus
ojos,
miríadas
de kilómetros entre ellos
kilómetros
y kilómetros ellos,
estética
apreciada desde distancias siderales;
sus
ojos indicaban que la sonrisa
incierta
y misteriosa
quería
lavarse la cara
agua
de cascada elevándose:
-el
amor es una catarata rampante,
escribí
un día-
y
así lo confirmó la piel tersa
cuando
o pote da beleza eterna iba
embelleciendo
los
poros y las células
de
ese rostro
cuyo
esplendor incendiaba la mañana deslumbrante.
Iluminado
el laberinto apareció la llanura de la frente
radiante
de reflexiones emocionales
de
búsquedas en cientos
de
recuerdos y proyectos enlazándose,
en
miles de espólios postmorten
existentes
y, aún, inexistentes:
palabra
y amargura, tósigo y antidotario
hidromiel,
néctar
y
ambrosía.
Iluminado
el laberinto se iluminaron
los
labios
carnosos,
carnales
invitando
al beso ávido
anhelante.
Los
labios -que mis besos desearon
besar-
formaban sonrisa
fundida
en crisol de tierra fértil
destilada
en el alambique de los tiempos
gesto
y mohín entre inexperto y lúbrico
alborada
del primer instante
de
una Creación imperfecta,
de
imperfección imperfectiva.
Iluminados
los labios se iluminó
la
palabra:
pétalos
de rosa mecidos por el viento céfiro
polen
adherido al largo pico del colibrí capixaba
a
la lengua bífida de la serpiente cascabel,
Fiat
mágico que todo lo dibuja,
mosaico
de letras uniéndose y desplegándose
vitrales
filtrando el arcoíris de la pasión humana
rocío
de la saliva rociando el liquen
hijo
de hongos y algas unicelulares
nieto
inicial de la evolución innovadora.
Llegó
el rostro enmarcado por los cabellos
cuando
el rayo primigenio iluminó el espacio todo
desde
las espigas de avena de Valdegayán en Valdepero
hasta
la Mata Atlántica de Reluz.
No
había nada más en la infinidad.
Admiro
la cortina de los cabellos innúmeros
que
la mano al desgaire imagina bandera
tenues,
cálidos, acogedores
-quisieron
mi nariz y mi boca ararlos,
surcarlos,
navegarlos-
tierra
de promisión limitando el rostro,
inacabado
e inacabable.
Deseo
recorrer, lengua húmeda,
el
desierto-oasis inmenso de la frente
y
las cavidades apasionadas de los oídos
lóbulos
vivos sensibilísimos;
internarme
en la profundidad de la boca
que
alcanzaba el centro ígneo
y
los impulsos cordiales,
realidad
disímil de lo pensado
que
va ajustándose día a día a su patrón
equilibrándose.
ES,
sí ES, nació. Creció ser vivo, vivificante,
aminoácido
esencial, protozoo
danza
acuática de cilios y pestañas
aletas,
alas
piernas
destinadas a la armonía de los giros
de
las piruetas en el aire inmóvil y agitado
mar
y cielo rompiéndose en arterias
en
sangre alada deseosa de fundar colonias
ninfas,
faunos y atletas incansables
que
corran y recorran la inmensidad repoblándola.
ES,
sí ES,-palparían las yemas de mis dedos
milímetro
a milímetro, ese rostro integro-
solitario
en los abismos
nacido
y crecido de su propia energía
pero
no hay nadie ni nada más en el Universo
porque
ese rostro ocupa el espacio infinito
y
el tiempo eterno
porque
ese rostro es
EL
imaginado ROSTRO DEL UNIVERSO.
PSdeJ,
en la mañana del día11 de octubre 2013